El manifiesto suicida

Todos hacen, ¡yo no!...
pierdo el tiempo tan calmado,
huelo a desconfianza,
me observo en el espejo cual mísero sin raza,
sin nada,
sin carácter,
sin algo que vislumbre la personalidad propia,
ese calificativo que se deformo en este cuerpo
en este alma,
donde no se halla el espíritu.

Sangre derramada, lagrimas también
lo próximo que se derrame será el cerebro
que explotara y me postrara en una cama,
en pedestal absurdo y odiado por mi mismo,
tanto, que aun no se qué será de mi.

Desvarío como siempre,
despierto, dormido
y en ese estado en que no está uno ni aquí ni allá,
el del insomne,
donde es posible poseer a Alicia
que tiene rostro dulce, de miel
de hiel amarga,
de incesantes suspiros y calumnias
de severos castigos para el que hace sufrir un poco el frágil corazón
de este moribundo
que es vagabundo en una tierra desconocida...

Ese desierto cual purgatorio,
ni oasis, ni salida
ni muerte, ni musas escondidas,
un pequeño vals para el que se anima a ser suicida
que danzando con la navaja fina
marca el tiempo y también la vena,
un dos tres, un dos tres, un dos tres,
compás del demonio, que se afana en la habitación
y encuentra al fiel amigo,
al fiel siervo,
que dará a su reino otro idiota más…

Josèf...