
Comienzo a sucumbir
a mis más bajos instintos,
se apoderan de mi
amodorrados deseos,
reprimidos y olvidados,
son evocados por mi cuerpo.
Mi concupiscente alma
reclama el placer
negado y prohibido…
mírame, no apagues tus ojos,
no dudes de aquel brillo,
ni del instante efímero
de los dos,
que inundando el vacío
de este espíritu sediento,
recupera, de a poco
el aliento vital que se afana
todo en derredor,
mientras tu boca
derrite el clamor candoroso,
y el vaivén de los cuerpos
confiesa con desdén
el escondrijo
en nuestros pechos
bajo el rubor,
por el calor de dos corazones…
...Josèf...